La pequeña Lily me miró con esas bolsas desdeñosas que tenía por ojos. Salió una especie de halo de cada poro de su decepcionante cara. Y yo, a pesar de todo, la quería. Me tocó con esas uñas salpicadas de esmalte ácido. Yo la quería. Me maullaba a cada minuto, me bufaba, me decía que el infinito estaba entre mis piernas. La pequeña Lily tenía un cuerpo pequeño, cocinado en una olla a presión. Sus ojos estaban vacíos. Antes eran vivos, fragantes, frenéticos. Supongo que ahora está más preocupada de mirar su hipocampo. Pero yo la quería y la quería tanto que no pude evitar sacarle los ojos, que dejara de ver, que olvidara el infierno.
Yo la quiero.
3 comentarios:
hola marina ^_^
aish, me alegro que te guste, sinceramente a mí también me ha gustado como escribes, he estado leyendote y creo que te leeré más a partir de ahora.
au revoir, mademoiselle, quiero que me quieran alguna vez como quieres tú a lily, o quién sabe, algo más, más, mucho más, tanto que ni yo pueda aguantar
Me encanta el nuevo toque que le has dado al blog y tengo millones de ganas de verte, son las dos cosas que venía a decirte.
Qué curioso que tú también te hayas fijado en ese gran hombre, siempre que salgo de renfe y me encamino a la amada línea seis le veo ahí, al final de la cinta, con el pelo alborotado y el violín... siempre esa sensación deja vu... influirá que siempre toque lo mismo, pero es que siempre me descubro pensando en lo curioso que tiene que ser estar en su lugar. También opino que debe ser testigo de tantas historias...
Quiero verte, pequeña.
Amor protector donde los haya.
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