Rompía con violencia la tormenta sobre mi cráneo encajado blandamente en mis oídos y bramaba el dolor agudo con sus notas graves sobre mi pulso nulo. Lloraba y lloraba, y nunca dejaba de llorar sobre los tejados blancos que me habían visto caer con cada bofetada asfixiada de viento. Se me introducía por la boca a pesar de mantenerla cerrada. No soy hermética. No soy hermética. Me lo repetía con el golpe rítmico de las teclas punzantes sobre mi corteza cerebral metálica. Lloraba y lloraba cada uno de mis amasijos de mediocridad oxidada, ya que siempre y siempre volvía a caer precipitadamente hacia un abismo gélido que me tragaba con sus garras calentadas de dolor, fricción y tristeza. Y caer en una superficie plana tras miles de kilómetros de verticalidad negativa y comprobar que mis piernas de queratina sólo son capaces de elevarme unos centímetros para caer casi al instante. Y darme cuenta de que la gravedad es mucho más poderosa amarrándome de las heridas escocidas para volver a caer contra mi voluntad otros miles de kilómetros. No sé si soy yo o la gravedad la que me impulsa hacia el abismo, pero creo que más bien es un conglomerado de ambas. En ese momento me apetece encuadernarme y rayar a pluma estilográfica miles de veces mi obsesión en las últimas páginas, todas a la vez, todas reducidas al factor común que multiplica el aguijón. Es un intento desesperado por borrar una existencia ya borrada para casi todo el mundo, menos para mi dolor austero y palpitante. Era tan bonita la belleza y la vida. Lo era realmente...
Pero me quemaré y luego quedarán restos de mí, que no harán sino contaminar todo el aire con su tristeza volátil. Tal vez el Sol me atraviese y me descomponga en arcoiris. Tal vez, pero la belleza siempre fue prismática.
1 comentario:
Jo, que triste :(
Ojalá pudiese quemar cada una de tus neuronas emponzoñadas sólo con el calor de mis dedos.
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