lunes, enero 4

Abejas

Lo recuerdo en pequeños flash-backs nublados de miradas rosas, verdes y ocres. Recuerdo la luz perlada que me ofrecía ese sentimiento caliente. Recuerdo la fluidez hexagonal de la miel cayendo en mi alma. Sentía tu beso ralentizado por la voz de Iván. Iván. En realidad no quedaría mucho para las siete y veintisiete cuando aterrizabas tus brazos sobre la planicie curvada de mi espalda, que se mojaba con el roce de tus manos, que me derretía. Mi corazón latía con un pom-pom pomposo, enviando un sentimiento cada vez más turbio, sólido cuando llegaba a la garganta, entre mis pequeñas células emocionadas que reclamaban un poco de oxígeno. Pom-pom. Pom-pom. Aunque en realidad era dulce aquella anaerobiosis, pequeños cristales que desgarraban con suavidad el esponjoso sentimiento, que escurrían un poco más la miel que me enviabas. Yo estaba en trance, viendo todo un tanto desenfocado por el agua que cubría mis pestañas. Apenas me daba cuenta qué canción fluía en cada momento. Sólo deseé paladear un poco más ese sabor, ese momento, aunque los párpados se rendían ante la calidez. Te dije que no quería irme, que al día siguiente lo olvidaría. Me dijiste que algo como eso no se me iba a olvidar. Y tenías razón.
Dejaste las velas encendidas. No sé en qué momento se apagaron, pero tampoco las necesitaba. La cama estaba tan, tan caliente...

1 comentario:

Alfonso dijo...

Las velas nunca se apagaron...