jueves, marzo 25

Zásar

De sus labios colgaban lazos que abrazaban el beso que se acercaba lentamente. Era verano, llevaba años siendo verano en aquel lugar. La brisa se acercaba a los cuerpos, intuyéndose, pero nunca chocando contra ellos. Como una mota de polvo que enlentece su descenso cuando se acerca al mueble sobre el que se depositará. Las nubes trabajaban rápidas e imperturbables en el ambiente celeste que las embebía, y las gaviotas atravesaban el cielo en contraluz. La montaña se alzaba exponencial sobre la abscisa marítima y miles de flores amarillas inundaban toda esa matemática perfecta. El aire era fuerte y fresco, casi salvaje. La playa crecía horizontalmente, tan blanca que parecía semolina. Todo estaba inusualmente vivo, acelerado. Las olas, con su vaivén eterno, hacían el amor con la playa, la llenaban de espuma, de piedras redondeadas. El aire soplaba, las nubes volaban. Paradójicamente lo más quieto que había en ese lugar era lo más fugaz y etéreo: los cuerpos que se amaban y se miraban embelesados, quién diría que lo suyo no alcanzaría la inmortalidad.

1 comentario:

Alfonso dijo...

Leerte es como dejar que un After Eight se te deshaga en la lengua, una mezcla de dulce y fresco que te deja un buen sabor de boca.