lunes, marzo 25

Fue duro eso de darse cuenta de que, después de todo, no ibas a ser nadie. Pasaste la infancia imaginando un futuro lleno de éxitos. Dabas por hecho que tenías todo el tiempo del mundo para conseguir lo que querías, que la vida era eterna y que la muerte era sólo una posibilidad. Los cursos pasaban lentamente y todo era siempre tan igual que dudabas de que algún día llegara el momento de preocuparse. "Estudiaré medicina o seré una famosa actriz" te decías, dando por hecho que sería fácil conseguirlo. Luego llegaste al instituto y ahí las cosas empezaron a precipitarse. Comenzaste a sentir que no formabas parte de toda esa estructura, pero seguías teniendo buenas notas sin apenas estudiar y eso te aliviaba, pensabas que tenías talento para llegar a algo. Luego vinieron las tormentas. Tu cerebro se declaró en huelga y el rendimiento académico empezó a bajar. Adiós a medicina y a cualquier otra carrera importante. Lo cierto es que en esa época te sentías tan mal que ni siquiera te ponías a pensar en ello. Llegaste a la universidad por pura inercia, porque es "lo que hay que hacer" para "ser alguien". Tu carrera no te disgustaba, pero tampoco te gustaba. En los últimos años has empezado a sentir vértigo. Estás igual que al principio. Todos estos años no sirvieron de nada, tal vez un título que a nadie le importa, papeles mojados y conocimientos que desaparecen tras los exámenes. Lo peor es que no eres una "xxxxxx" frustrada, ya que eso tendría fácil solución: luchar por conseguir estudiarlo o trabajar en ello. Eres la intrahistoria y no la historia. Y eso es algo que no consigues asumir.

1 comentario:

Raquel dijo...

No pasa nada, siempre nos quedará la repostería, que cada día tengo más claro que es la llave de la felicidad.